Relato – La muestra

Venga, va, os dejo otro de mis relatos. Este lo considero peor que el anterior, creo que le faltan unos retoques para ser menos previsible, pero a ver que os parece.

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Es curioso como suceden las cosas.

El experimento era rutinario, dentro de la rutina que supone haberlo realizado cientos de veces a diario. Se trata simplemente de coger la muestra y someterla a una serie de pruebas para comprobar los elementos básicos presentes.

Tras cada misión se realizaban este tipo de pruebas en laboratorios selectos de todo el Mundo, el objetivo era estudiar la viabilidad de terraformación. La polución en nuestro mundo era ya insostenible, así que se enviaban sondas simples que recogían muestras de todos los planetas conocidos en busca de candidatos. Yo era uno de los técnicos de laboratorio que tenía que analizar las muestras.

La muestra actual había sido interesante, mostraba niveles equiparables a nuestra atmósfera, sería perfecto si no fuera porque los niveles de nitrógeno harían que nuestros pulmones fallaran en cuestión de segundos. Otro planeta tachado de la lista, pero que quizás fuese de interés para las multinacionales de productos químicos (se aprovechaban de las atmósferas ácidas para fabricar sus productos de limpieza por decantación).

Cogí la siguiente muestra, KXU-0031G8. Desconozco el significado exacto de las siglas, creo que oí decir que las primeras tres letras indicaban una zona y el resto las coordenadas, pero lo mismo eran nombres escogidos secuencialmente por algún ordenador, Vaya usted a saber. Lo que estaba claro es que esa muestra iba a dar negativo, era de color amarillo, así que poco de respirable debía ser (azufre a mansalva, me dije para mis adentros). Pulsé la tecla de análisis y al instante obtuve las lecturas.

Me quedé de piedra: Nitrógeno al 78,14%, Oxígeno al 20,92%, Argón al 0,94%, etc. Era una muestra compatible al 100% con nuestra atmósfera, es más, era incluso mejor porque no había resto alguno de polución. ¿Y el color? Volví a coger la muestra, ahora el frasco era naranja. No era posible, simplemente se analizaba la muestra por espectrografía y por una breve adquisición del contenido, no se alteraba el resto. Decidí repetir la prueba.

Idéntico resultado, pero esta vez la muestra se volvió azul. Que me aspen. Cogí el comunicador y pregunté por mi superior, en menos de un minuto lo tenía sentado a mi lado. Maravillados vimos como con un nuevo análisis se volvía de color verde. Aquello no tenía sentido, no había nada en aquella muestra que puediera cambiar de color.

Tras una hora había medio departamento científico conmigo, la muestra había tomado todos los colores posibles y ninguno se había repetido dos veces. Si se repetía un color era con otra tonalidad.

Se decidió llevar la muestra a los laboratorios centrales del CMET, al ser yo el descubridor me dejaron cooperar. Se realizaron pruebas de todo tipo, y sólo una resultó especialmente significativa: la presión en el interior del tubo de la muestra aumentaba en cada análisis, de forma imperceptible pero cuantificable. Al cabo de las dos semanas el tubo contenía la mitad de contenido que al principio, y la muestra se volvió totalmente negra. A partir de aquí vino el gran descubrimiento. Repentinamente aparecieron todo tipo de compuestos orgánicos como por arte de magia. Las pruebas, a pesar de la sorpresa, nunca fueron concluyentes. Todo indicaba que eran restos orgánicos de origen desconocido, simplemente eso.

Tres meses más tarde una nueva sonda, esta vez de exploración, fué lanzada al planeta de procedencia de la muestra. Al penetrar en la atmósfera tanto yo como mis compañeros nos sentimos los seres más miserables y rastreros del universo: había una ingente cantidad de formas amarillas flotando en el aire. Por alguna razón una cría de uno de esos seres quedó atrapada en la muestra, y esquivaba los análisis hasta que se quedó sin espacio y autoespachurrada.

Algo me dice que debe haber dos padres cabreados por allí, mejor no me presento a candidato para la terraformación, prefiero seguir con la mascarilla.